Ministerio de Trabajo



Cuando los vi, pensé que eran simples clientes. Dos más del montón. Me dieron el ticket con su mejor cara de naipe. Sonrieron. Pagaron con cambio. Me dijeron "hasta la próxima".

Podría haber adivinado quienes eran. Intuido, tal vez. Pero no, me dejé seducir por tanta amabilidad al otro lado del vidrio.

Uno pidió pasar al baño, el otro se quedó fumando en la puerta. Con el cigarrillo entre los dedos, me hizo acordar al agente 007.

Pero el encanto se acabó cuando, el que estaba en el baño, entró de sopetón en la casilla. "Ministerio de Trabajo", dijo. Ni miré las identificaciones que mostraron. "Yo... yo no trabajo acá. Soy amiga de Raúl, el dueño...", atiné a decir. No me creyeron, por supuesto. Pidieron la planilla de altas y bajas, donde mi nombre no figuraba, obviamente. Preguntaron horarios, número de CUIL y no sé qué más. Mi cabeza estaba completamente en blanco. Finalmente me dejaron una notificación que firmé sin leer.

Hacía calor. La gente se amontonaba para pagar. Loa autos seguían entrando al estacionamiento. Yo quería llorar a gritos. Los tipos seguían ahí, sonriendo. "Muchas gracias –y repitieron–: hasta la próxima".

De lejos, los vi subirse al auto rojo que estaba en el fondo de la playa. Cuando llegaron a mi casilla se detuvieron. El del cigarrillo entre los dedos bajó y, entornando los ojos a lo James Bond, me dijo: "Nos mandó Raulito. ¡Feliz día de los Inocentes!"

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