Margarita



Gerardo le sostiene la mano y le susurra palabras tranquilizadoras al oído. Aunque el agua avance y la casa esté perdida en medio de un espejo infinito. El muchacho le dice que en cualquier momento llegará el helicoptero de la Gobernación y que estarán a salvo. Se lo dice aferrándole el hombro con su mano nudosa y eso le basta a Margarita para recordar al padre de Gerardo, Ricardo, quien fue el único que con ese sólo gesto podía trasmitirle fortaleza, serenidad y hasta una pasión incontrolable.Los ojos se le humedecen y no encuentra palabras para explicarle al muchacho que no es la creciente ni la oscuridad que ya está cayendo sobre el lugar, lo que está llamando al llanto.Gerardo la abraza con ternura y Margarita cierra los ojos. Es el brazo de Ricardo que me sostiene el chal para la foto. Pura fibra en sus brazos fornidos. Y ya estamos en la ciudad y son sus amigos los que nos prepararon la despedida de casamiento. Yo, yo no conozco a a nadie si yo vengo del campo sin más que Ricardo a lado. Mis hermanas tan señoritas jamás me perdonarán que haya dejado la casa y el buen nombre por un "muchachote" que llegó a trabajar como peón en la cosecha. Ay, Ricardo,que me abrió un mundo tan diferente de comadres y curadas de empachos, de escapadas en la gilera a la orilla del arroyo para tomar mate. Y tu mano me sostiene el chal y me sostiene las últimas bocanadas de vida en la mano de Gerardito.

Margarita abre los ojos y de repente escucha. Gerardo la zamarrea asustado. "Viejita, viejita, qué le pasa ?". Y no pasa nada, mi chiquito, es sólo la vida...Y los dos se sonrien aunque el agua ya esté llegando al tercer peldaño de la escalera que lleva al altillo y desde el helicóptero de la Gobernación a alguien se le ocurra sacar un instántanea de la catástrofe.

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